miércoles, 17 de marzo de 2010

- Prólogo -

Prólogo de "Sueños robados a Morfeo"


Oscurece de pronto, el cielo abandona los lienzos rojizos y anaranjados prendiéndose fuego en una oscuridad deliciosa. Poco a poco va dando paso a pequeñas luces, las estrellas en su máxima expresión, abriéndose paso.
Caminas hacia la habitación, asegurándote que todo está correctamente cerrado, que la seguridad te permitirá descansar. Que tendrás un sueño reparador y cada parte de tu cuerpo se relajará completamente.

Terminas de apagar una luz a tus espaldas, el silencio no te abruma, sino mas bien es agradable. Parece como si hubiese sido hecho para ti, pues es tu compañero durante las siguientes horas, durante días y noches. Es refrescante cuando el viento se cuela por una ventana entreabierta y te acaricia el rostro, como si fuera un fantasma.
La habitación huele a incienso, aunque lo encendiste hace rato. La ropa de dormir se desliza por tu piel y pareciera que todo el cansancio del día aparece de pronto, adueñándose de músculos entumecidos, subiéndose a galope de tu nuca.
La noche es tan fresca que tienes intención de sumirte en un sueño sin final. Pero tus ojos se desvían al buró, enciendes la luz, que tenuemente ilumina el cuarto. Las sombras conocidas te brindan una estabilidad infantil, añeja.

Tomas en tus manos un libro de tapas negras aterciopeladas, páginas amarillentas que tienen olor a fruta, a lágrimas, a risa. Te detienes en la primera hoja y escuchas con atención, te envuelven las palabras, devorándote, llevándote a otro universo, a los brazos del dios del sueño. Morfeo te cautiva de pronto, cantándote, mientras tus ojos se deslizan ávidos. Y sin embargo, adormilados.

Dejas de sentirte pesado y los músculos se relajan.

Antes de dormir, te dispones y comienzas, a leer…

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