viernes, 16 de septiembre de 2011

Historias Oscuras

Historias Oscuras - Parte I
El aire levemente viciado.
Tiene los ojos rojos y el cabello alborotado, una minúscula gotita de sudor le resbala por la sien pero no hace el esfuerzo de quitársela. Mira perdidamente, aunque no está pensando en nada en particular. A veces hace eso, no pensar.
Lo hace por gusto, para caer en esa inconsciencia de no entender lo que está haciendo, hasta que es demasiado tarde y está allí, tirado sobre sus propios deshechos o en algún callejón, mirando un punto negro en la pared manchada. También lo hace porque eso fastidiaría demasiado a su madre, lo cual sin duda le causa un placer, y dolor. Pero el dolor a lo largo del tiempo se vuelve placentero.
Escucha el sonido de sus propios pasos aunque se pregunta si es que esos sonidos provienen de él.
Las reflexiones existenciales se cuelan entre sus huesos, llenan sus poros, se hacen lugar en su nariz y le impiden respirar correctamente. Entonces, tiene que hacer algo, quizás un exabrupto, que le permita dejar de reflexionar y comenzar a respirar con normalidad. Pero para ese momento tiene que ocuparse de las manos temblorosas, humedecidas y los brazos que le duelen. No tiene demasiada fuerza, es un chico delgado, algo encorvado.
Se apresura a llegar a destino.
El día ha amanecido húmedo, con algunos tintes de malicia que se le han impregnado en la piel y no quieren irse. El gato ha desaparecido de nuevo, no sabe que ha sucedido. Su madre le dice que es preferible que no lo sepa, que deje de buscar al bendito animal. Seguramente, lleva una mejor vida que la suya, no tiene que asistir al instituto y aparentar una normalidad de la cual carece en lo absoluto; tantas cosas que hace para colarse debajo de la falda de alguna muchacha bastante accesible.
Pero fingir se le da bien y luego disfruta su teatro; su mundo particular donde él es simpático, atento y cariñoso. Donde no quiere colocarle las manos en el cuello y estrujar.
Olor metálico.
Un tic-tac.
Así, pierde el sentido del tiempo y el espacio. Pierde noción de que camina aceleradamente, sin trastabillar, con los puños tan apretados que los nudillos se le vuelven blancos y las uñas se clavan en su palma, sangrando levemente. No se da cuenta que sus ojos parecen inyectados en sangre y que no se quitan de la figura que da pasos lentos delante suyo. Pierde la noción de que un sonido gutural se escapa de su garganta y, antes de que ella lo note, le da un golpe.
No sabe, pero está pensando… pensando en que aún si fuera de día, la gente no habría notado que ese muchacho desgarbado, y con el cabello sobre los ojos, lleva un cuerpo femenino sobre los hombros. Las personas suelen ocuparse más de su propia burbuja artificial.
Olor metálico y a humedad.
El piso de cemento manchado por doquier y su mirada ambarina perdida en el cuerpo delgado e inconsciente que parece esperarlo. Su mente es un agujero negro lleno de palabras que hacen volteretas y no se ordenan con claridad, aunque algunas prevalecen sobre otras. Son esas voces susurrantes las que le hacen actuar, y sólo despierta cuando ya lo ha hecho.
Tiene la mano teñida de rojizo, y la camisa del instituto manchada de la misma tonalidad. Un arañazo le surca el brazo derecho y le escuece un poco, aunque está demasiado horrorizado como para poner su atención en ello. La lengua le arde también. ¿Qué ha hecho? ¿Qué ha pasado?
Un quejido le sobresalta.
Nuevamente el tic tac insistente.

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